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martes, 17 de septiembre de 2024

Hablando de Tsundoku

Si eres alguien que también práctica el tsundoku, escribe en los comentarios qué textos están aún en tu lista de "libros que tengo pendiente por leer". Quizás otras personas quieran añadirlos a la suya también. 

¡Felices lecturas!


(Puedes leer en publicaciones anteriores qué es el tsundoku)





Subasta

 En algún lado hay gallos.
Aquí, de rodillas, con la cabeza gacha y cubierta con un trapo inmundo, me concentro en escuchar a los gallos, cuántos son, si están en jaula o en corral. Papá era gallero y, como no tenía con quién dejarme, me llevaba a las peleas. Las primeras veces lloraba al ver al gallito desbaratado sobre la arena y él se reía y me decía mujercita.
Por la noche, gallos gigantes, vampiros, devoraban mis tripas, gritaba y él venía a mi cama y me volvía a decir mujercita.
—Ya, no seas tan mujercita. Son gallos, carajo.
Después ya no lloraba al ver las tripas calientes del gallo perdedor mezclándose con el polvo. Yo era quien recogía esa bola de plumas y vísceras y la llevaba al contenedor de la basura. Yo les decía: adiós gallito, sé feliz en el cielo donde hay miles de gusanos y campo y maíz y familias que aman a los gallitos. De camino, siempre algún señor gallero me daba un caramelo o una moneda por tocarme o besarme o tocarlo y besarlo. Tenía miedo de que, si se lo decía a papá, volviera a llamarme mujercita.
—Ya, no seas tan mujercita. Son galleros, carajo.
Una noche, a un gallo le explotó la barriga mientras lo llevaba en mis brazos como a una muñeca y descubrí que a esos señores tan machos que gritaban y azuzaban para que un gallo abriera en canal a otro, les daba asco la caca y la sangre y las vísceras del gallo muerto. Así que me llenaba las manos, las rodillas y la cara con esa mezcla y ya no me jodían con besos ni pendejadas.
Le decían a mi papá:
—Tu hija es una monstrua.
Y él respondía que más monstruos eran ellos y después les chocaba los vasitos de licor.
—Más monstruo, vos. Salud.     
El olor dentro de una gallera es asqueroso. A veces me quedaba dormida en una esquina, debajo de las graderías, y despertaba con algún hombre de esos mirándome la ropa interior por debajo del uniforme del colegio. Por eso, antes de quedarme dormida, me metía la cabeza de un gallo en medio de las piernas. Una o muchas. Un cinturón de cabezas de gallitos. Levantar una falda y encontrarse cabecitas arrancadas tampoco gustaba a los machos.
A veces, papá me despertaba para que tirara a la basura otro gallo despanzurrado. A veces, iba él mismo y los amigos le decían que para qué mierda tenía a la muchacha, que si era un maricón. Él se iba con el gallo descuajaringado chorreando sangre. Desde la puerta les tiraba un beso. Los amigos se reían.  
Sé que aquí, en algún lado, hay gallos, porque reconocería ese olor a miles de kilómetros. El olor de mi vida, el olor de mi padre. Huele a sangre, a hombre, a caca, a licor barato, a sudor agrio y a grasa industrial. No hay que ser muy inteligente para saber que este es un sitio clandestino, un lugar refundido quién sabe dónde, y que estoy muy pero que muy jodida.
Habla un hombre. Tendrá unos cuarenta. Lo imagino gordo, calvo y sucio, con camiseta blanca sin mangas, short y chancletas plásticas, le imagino las uñas del meñique y del pulgar largas. Habla en plural. Aquí hay alguien más que yo. Aquí hay más gente de rodillas, con la cabeza gacha, cubierta por esta asquerosa tela oscura. 
—A ver, nos vamos tranquilizando, que al primer hijueputa que haga un solo ruido le meto un tiro en la cabeza. Si todos colaboramos, todos salimos de esta noche enteros.
Siento su panza contra mi cabeza y luego el cañón de la pistola. No, no bromea.
Una chica llora unos metros a mi derecha. Supongo que no ha soportado sentir la pistola en la sien. Se escucha una bofetada.
—A ver, reina. Aquí no me llora nadie, ¿me oyó? ¿O ya está apurada por irse a saludar a diosito?
Luego, el gordo de la pistola se aleja un poco. Ha ido a hablar por teléfono. Dice un número: seis, seis malparidos. Dice también muy buena selección, buenísima, la mejor en meses. Recomienda no perdérsela. Hace una llamada tras otra. Se olvida, por un rato, de nosotros. 
A mi lado escucho una tos ahogada por la tela, una tos de hombre.
—He escuchado de esto —dice él, muy bajito—. Pensé que era mentira, leyenda. Se llaman subastas. Los taxistas eligen pasajeros que creen que pueden servir para que den buena plata por ellos y para eso los secuestran. Luego los compradores vienen y pujan por sus preferidos o preferidas. Se los llevan. Se quedan con sus cosas, los obligan a robar, a abrirles sus casas, a darles sus números de tarjeta de crédito. Y a las mujeres. A las mujeres.
—¿Qué? —le digo.
Escucha que soy mujer. Se queda callado.
Lo primero que pensé cuando me subí al taxi esa noche fue por fin. Apoyé mi cabeza en el asiento y cerré los ojos. Había bebido unas cuantas copas y estaba tristísima. En el bar estaba el hombre por el que tenía que fingir amistad. A él y a su mujer. Siempre finjo, soy buena fingiendo. Pero cuando me subí al taxi exhalé y me dije qué alivio: voy a casa, a llorar a gritos. Creo que me quedé dormida un momento y, de repente, al abrir los ojos, estaba en una ciudad desconocida. Un polígono. Vacío. Oscuridad. La alerta que hace hervir el cerebro: se te acaba de joder la vida.
El taxista sacó una pistola, me miró a los ojos, dijo con una amabilidad ridícula:  
—Llegamos, señorita.
Lo que siguió fue rápido. Alguien abrió la puerta antes de que yo pudiera poner el seguro, me echó el trapo sobre la cabeza, me ató las manos y me metió en esa especie de garaje con olor a gallera podrida y me obligó a arrodillarme en una esquina.
Se escuchan conversaciones. El gordo y alguien más y luego otro y otro. Llega gente. Se escuchan risas y destapar cervezas. Empieza a oler a maría y alguna otra de esas mierdas con olor picante. El hombre que está a mi lado hace rato que ya no me dice que esté tranquila. Se lo debe estar diciendo a sí mismo.
Mencionó antes que tenía un bebé de ocho meses y un niño de tres. Estará pensando en ellos. Y en estos tipos drogados entrando en la urbanización privada en la que vive. Sí, está pensando en eso. En él saludando al guardia de seguridad como todas las noches desde que su carro está en el taller, mientras esas bestias van atrás, agachados. Él los va a meter en su casa donde está su hermosa mujer, su bebé de ocho meses y su niño de tres. Él los va a meter a su casa. 
Y no hay nada que pueda hacer al respecto.
Más allá, a la derecha, se escuchan murmullos, una chica que llora, no sé si la misma que ha llorado antes. El gordo dispara y todos nos tiramos al suelo como podemos. No nos ha disparado, ha disparado. Da igual, el terror nos ha cortado en dos mitades. Se escucha la risa del gordo y sus compañeros. Se acercan, nos mueven al centro de la sala. 
—Bueno, señores, señoras, queda abierta la subasta de esta noche. Bien bonitos, bien portaditos, se me van a poner aquí. Más acá, mi reina. Eeeso. Sin miedo, mami, que no muerdo. Así me gusta. Para que estos caballeros elijan a cuál de ustedes se van a llevar. Las reglas, caballeros, las de siempre: más plata se lleva la mejor prenda. Las armas me las dejan por aquí mientras dure la subasta, yo se las guardo. Gracias. Encantado, como siempre, de recibirlos.
El gordo nos va presentando como si dirigiera el programa de televisión más repugnante del mundo. No podemos verlos, pero sabemos que hay ladrones mirándonos, eligiéndonos. Y violadores. Seguro que hay violadores. Y asesinos. Tal vez hay asesinos. O algo peor.
—Daaaaaaamas y caballeeeeeeros. 
Al gordo no le gustan los que lloriquean ni los que dicen que tienen niños ni los que gritan a la desesperada no sabes con quién te estás metiendo. No. Menos le gustan los que amenazan con que se va a pudrir en la cárcel. Todos esos, mujeres y hombres, ya han recibido puñetazos en la barriga. He escuchado gente caer al suelo sin aire. Yo me concentro en los gallos. Tal vez no hay ninguno. Pero yo los escucho. Dentro de mí. Gallos y hombres. Ya, no seas tan mujercita, son galleros, carajo. 
—Este señor, ¿cómo se llama nuestro primer participante? ¿Cómo? Hable fuerte, amigo. Ricardoooooo, bienvenidooooo, lleva un reloj de marca y unos zapatos Adidas de los bueeeenos. Ricardooooo ha de tener plaaaaaaaataaaaaaa. A ver la cartera de Ricardo. Tarjetas de crédito, ohhhhhh Visa Goooooold de Messi.
El gordo hace chistes malos.
Empiezan a pujar por Ricardo. Uno ofrece trescientos, otro ochocientos. El gordo añade que Ricardo vive en una urbanización privada en las afueras de la ciudad: Vistas del Río.
—Allá donde no podemos ni asomarnos los pobres. Allá vive el amigo Riqui. Sí le puedo decir Riqui, ¿no? Como Riqui Ricón.
Una voz aterradora dice cinco mil. La voz aterradora se lleva a Ricardo. Los otros aplauden. 
—¡Adjudicado al caballero de bigote por cinco mil!
A Nancy, una chica que habla con un hilito de voz, el gordo la toca. Lo sé porque dice miren qué tetas, qué ricas, qué paraditas, qué pezoncitos y se sorbe la baba y esas cosas no se dicen sin tocar y, además, qué le impide tocar, quién. Nancy suena joven. Veintipocos. Podría ser enfermera o educadora. A Nancy el gordo la desnuda. Escuchamos que abre su cinturón y que abre los botones y que le arranca la ropa interior, aunque ella dice por favor tantas veces y con tanto miedo que todos mojamos nuestros trapos inmundos con las lágrimas. Miren este culito. Ay, qué cosita. El gordo sorbe a Nancy, el ano de Nancy. Se escuchan lengüeteos. Los hombres azuzan, rugen, aplauden. Luego el embestir de carne contra carne. Y los aullidos. Los aullidos.  
—Caballeros, esto no es por vicio. Es control de calidad. Le doy un diez. Ahí la limpian bien bonito y una delicia nuestra amiga Nancy.    
Debe ser hermosa porque ofrecen, de inmediato, dos mil, tres, tres quinientos. Venden a Nancy en tres quinientos. El sexo es más barato que la plata. 
—Y el afortunado que se lleva este culito rico es el caballero del anillo de oro y el crucifijo.
Nos van vendiendo uno a uno. Al chico que estaba a mi lado, al del bebé de ocho meses y el niño de tres, el gordo ha logrado sacarle toda la información posible y ahora es un pez gordísimo para la subasta: plata en diferentes cuentas, alto ejecutivo, hijo de un empresario, obras de arte, hijos, mujer. El tipo es la lotería. Seguramente lo secuestrarán y pedirán un rescate. La puja empieza en cinco mil. Sube hasta diez, quince mil. Se para en veinte. Alguien con quien nadie se quiere meter ha ofrecido los veinte. Una voz nueva. Ha venido sólo para esto. No estaba para perder tiempo en pendejadas.
El gordo no hace ningún comentario.
Cuando me toca a mí, pienso en los gallos. Cierro los ojos y abro mis esfínteres. Es lo más importante que haré en mi vida, así que lo haré bien. Me baño las piernas, los pies, el suelo. Estoy en el centro de una sala, rodeada por delincuentes, exhibida ante ellos como una res y como una res vacío mi vientre. Como puedo, froto una pierna contra la otra, adopto la posición de un muñeca destripada. Grito como una loca. Agito la cabeza, mascullo obscenidades, palabras inventadas, las cosas que les decía a los gallos del cielo con maíz y gusanos infinitos. Sé que el gordo está a punto de dispararme.
En cambio, me revienta la boca de un manazo, me parto la lengua de un mordisco. La sangre empieza a caer por mi pecho, a bajar por mi estómago, a mezclarse con la mierda y la orina. Empiezo a reír, enajenada, a reír, a reír, a reír.
El gordo no sabe qué hacer.
—¿Cuánto dan por este monstruo?
Nadie quiere dar nada.
El gordo ofrece mi reloj, mi teléfono, mi cartera. Todo es barato, chino. Me coge las tetas para ver si la cosa se anima y chillo.
—¿Quince, veinte? 
Pero nada, nadie. 
Me tiran a un patio. Me bañan con una manguera de lavar carros y luego, mojada, me suben a un carro que me deja, descalza, aturdida, en la Vía Perimetral.



Cuento de María Fernanda Ampuero

Extraído de: https://circulodelectores.pe/subasta-cuento-maria-fernanda-ampuero-2022/

(Este cuento forma parte de los textos de primer contacto del proyecto de investigación Tejiendo Memorias: la dimensión reparadora de la lectura en mujeres migrantes)

La violencia y la literatura; la importancia de reflexionarlo

Si bien en este blog se ha prometido la contemplación, es importante explicar que algunos de los textos, en los que la violencia es marcada, atroz y obscena, esta lo es porque nuestra realidad es así. Es decir, no se hablaría de muerte si todos gozáramos de inmortalidad, ¿No? La violencia existe, es un aspecto social tan común y normalizado que notarlo es tan difícil, aceptarlo es incluso peor, sobre todo cuando está tan  internalizado. Desde luego, lo violento en la literatura no subsana nada, pero si enuncia a manera de denuncia lo que ocurre en nuestro entorno. Como lectores debemos ser capaces de aceptar que mucho a nuestro alrededor es violento, desde los tórridos romances hasta las desapariciones. Lo más intrínseco de todo esto es que amerita ser necesario el sumergirse ante esta realidad que cada día es más feroz; sobre todo porque refleja una realidad que no deseamos vivir y que cada día es más latente. 

viernes, 13 de septiembre de 2024

Fragmento 2.1

En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.
 – ¿Te han cortado?- preguntó el hombre.
– No-dijo ella-. Siempre he sido así.
 El la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta.
Dijo:
 – No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.
 Ella obedeció. Con paciencia tragó los menjunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:
– No te preocupes.
 El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en la hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.
 Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:
– ¡Lo encontré! ¡Lo encontré!
 Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.
– Es así -dijo el hombre, aproximándose a la mujer.
 Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

-Eduardo Galeano en El amor


-Gustav Klimt  El beso (Der Kuss)
Fuente: https://www.culturagenial.com/es/cuadro-el-beso-de-gustav-klimt/



Fragmento 2

Las mujeres de mi familia,
familia de mi padre,
siempre son “las otras”;
no tienen nombre propio
cuando son evocadas
por sus mal llamados
amantes.
Todas Josefinas,
llorando manchas violeta
ocultas en el cuello.

Todas Josefinas
esperando,
que Benito
deje a su mujer,
deje de beber,
deje de vivir.
Por el lado “de la Luz”
mis raíces son mujeres
adornadas de “des”
mujeres desesperadas,
despechadas, desgraciadas.
Pero nunca, nunca
nunca des-enamoradas.
Escribo
para sanarme, para sanarlas,
para ser algo más que víctimas,
alguien más que “algo”
mucho más que “otras”.
Para desarraigar la competencia
con la que nos adoctrinaron
Escribo para aprender que
amamos mucho y a muchos,
y no es motivo de vergüenza.
Que deseamos a muchos,
los deseamos mucho.
Y eso nunca nunca debe doler.
Porque vengo de una familia
de mujeres que se sienten obligadas
a reírse de los chistes ofensivos
de sus maridos ebrios.
De mujeres encerradas y silenciosas;
escribo para enseñarles a gritar,
para arrancarles del alma
el “tú, te callas”.
Escribo por mi abuela Josefina,
para que reencarne en bailarina
Por mi tía, para que no vuelva a llorar
para que no le duelan los huesos.
Para que mi abuela, María, deje
a mi abuelo, muchas veces más
Y tenga novios,
muchos, muchas veces más,
que siga escribiendo poesía
y ya no tenga miedo
de mostrar sus pechos.
Grito por las rodillas sangrantes
de mi bisabuela Emilia,
haciendo mandas a la virgen
para que reencarne
en el mar de Guerrero
y tire los altares de un tsunami.
En mis pies enredo sus raíces
y en mis manos sus nubes
para que Ale no vuelva a Morelos
y Gabriela se canse de Noé,
para que el dolor se vaya
con la facilidad con que
nuestros padres se fueron.
Para no volver a ver
mi cuerpo de 11 años
tirado en la cocina
pidiendo perdón.
Por no darle de comer
a mi abuelo de nuevo
con sus ojos lascivos.
Y para no defender la pureza
de falsos profetas consanguíneos
que me apretaron el pecho
hasta romperme.
Para que ningún malnacido
vuelva a restregar su cuerpo
en las piernas de mi prima
cuando vuelve de la escuela.
Y romper el maldito
maldito círculo vicioso
de los “secretos de familia”
manchados de pedofilia,
incesto, golpes y sangre.
Para que todas
podamos ser nombradas
Para que no deje
de retumbarnos
en la cabeza
hasta que gritemos.
Alzo la voz para no negarnos,
porque tenemos nombre
y no dejaremos que lo olviden


-Jimena Gonzáles en Las otras (poema) 

lunes, 9 de septiembre de 2024

Fragmento 1

 "Yo sentía una naturaleza tal que mis necesidades físicas desplazaban a menudo mis sentimientos. Cuanto más reflexionaba, más cosas desconocidas y olvidadas sacaba de mi memoria. Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podría sin esfuerzo vivir cien años en una prisión. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse.

(...)
Comprendí que había destruido el equilibrio del día, el silencio excepcional de una playa donde había sido feliz. Entonces disparé cuatro veces sobre un cuerpo inerte en el que se hundían las balas sin que lo pareciese. Fueron cuatro golpes breves con los que llamaba a la puerta de la desgracia. "

-Albert Camus en El extranjero.

¿Bitácora, diario o texto literario?

 Yo no quería hacer una bitácora, mucho menos un aburrido diario. Entonces, si te cuento mi experiencia sobre "la vida del posgrado" con las palabras de otros autores, ¿También cuenta como una labor mía? Yo creo que si. Así que no esperes de mí tedio, solo contemplación. 

domingo, 8 de septiembre de 2024

 Algo sobre el significado de Guáramo: 

I.1.m. RD. Determinación, valor o coraje que posee una persona. pop + cult → espon.

Fuente: https://www.asale.org/damer/guaramo


¿Cuánto guáramo necesitarías para cruzar la selva? 

Algo de Idea Vilariño

Algo de Mónica Mayer

Algo de María Izquierdo

¿Qué sabes de Yolanda Oreamuno?

Algo de Oswaldo Guayasamin

¿Qué sabes de Delmira Agustini?

Tsundoku, ¿Lo prácticas sin saberlo?

Algo sobre Tarsila do Amaral

¿Qué sabes de Alaíde Foppa?

Algo sobre Wilfrido Lam